Expandir Santiago RM no es una decisión "técnica"3 de Diciembre de 2010
por Lake Sagaris, Ciudad Viva
En nuestro medio, es muy común que los importantes debates para las ciudades no se den en buenas condiciones, con la participación de las personas afectadas. Ahora se habla de aprobar un plan regulador metropolitano que permite un crecimiento que, algunos argumentan, será dañino. Sus proponentes prometen que, al volver a considerar este tema, el Consejo Regional lo hará de forma eminentemente “técnica”. Aceptar que el debate se enmarca así es la peor de las mentiras.
El futuro de nuestra ciudad es una tema que nos atañe a todos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos mayores, élites y excluidos, inmigrantes e indígenas, ricos y pobres. O sea, es una decisión eminentemente política.
En una sociedad con una institucionalidad democrática más profunda sería tema de una extensa e intensa consulta y debate ciudadano, porque la ciudad es una zona donde batallan intereses muy diversos. Las ciudades exitosas son las que logran aprovechar esta diversidad, para cosechar las mejores propuestas y construir los consensos más amplios. Estos últimos son necesarios para que las ciudades funcionen en toda escala, desde sus grandes esquemas hasta sus más mínimos detalles, que dependen de la voluntad cotidiana de cada persona.
La expansión fomenta una ciudad centrada en el auto, en vez de en las personas. Son cada vez más las ciudades reconocidas por su buena gestión las que limitan o incluso cierran la posibilidad del crecimiento de baja densidad en sus alrededores -el conocido "sprawl"- como se propone con este nuevo Plan Regulador Metropolitano de Santiago. Ya conocemos los problemas del sprawl. Permitir el crecimiento de los suburbios de Santiago produce una congestión cada vez peor. ¡Son los automovilistas, o sea, los mismos responsables de esta congestión, los que más se quejan! Para las familias con sólo un auto o ninguno, este modelo provoca un aislamiento cada vez más costoso en términos de salud, empleo y calidad de vida.
Para las inmobiliarias, el negocio es comprar terrenos baratos, construir y cobrar utilidades, a menudo muy altas. Una estrategia para hacer esto, es obligar a otros a pagar los costos y los problemas. Así vemos a menudo proyectos feos, inconsultos y fuera de escala como la Universidad San Sebastián en el Barrio Bellavista. Unas pocas empresas ganan, mientras los compradores y los vecinos se quedan con los costos: el colapso de los espacios públicos, la pérdida de seguridad y calidad de vida, la destrucción del patrimonio, viviendas chicas que terminan en otros usos desafortunados, el desplazamiento de residentes y usuarios de menores ingresos.
La vivienda social se integra mejor en áreas céntricas y bien conectadas
Argumentar que la extensión de la ciudad es necesaria porque si no, la vivienda social “no se puede costear” es ridículo. La factibilidad de la vivienda social depende del modelo de inversión, de las políticas públicas e incentivos. Refleja los valores de la sociedad como un todo, y su expresión a través del actuar de las instancias de control y planificación. Es cosa de ver cómo se integra la vivienda social en proyectos de envergadura, en centros de ciudades tan diversas como Houten (Países Bajos), Montevideo, Bogotá, Saint Denis (Paris), Toronto y Barcelona, entre otras. Otra decisión política, no solo técnica. ¿Habrá espacio para la diversidad de familias en los centros de nuestras ciudades? ¿O seguiremos segregando y mandándolos a la periferia, donde cuesta mucho más surgir?
Nueva York, Copenhague, Seúl, las ciudades de Alemania, y muchas otras reciclan autopistas, casonas antiguas, edificios y complejos industriales para centros comunitarios, vivienda social y mixta, parques y bibliotecas, el deleite y la calidad de vida de la mayoría. Lo hacen, entre otros motivos, para mantener densidades medianas, cómodas para vivir, eficientes en el uso de energía y para sistemas sustentables de transporte. En Santiago se ha tratado de combinar caminata-bici-Metro-Transantiago – con mucho esfuerzo y hartos errores. Ese modelo de transporte, que sirve a todos con o sin autos, no es factible en ciudades extensas.
Las autoridades deben abrirse más y esconder menos
Argumentar que hay que destrozar áreas verdes para tener áreas verdes refleja una lógica inmobiliaria que impone sus intereses particulares a toda una ciudad. Está bien que las empresas tengan sus intereses. Pero las autoridades políticas tienen que jugar otro rol, crear otros equilibrios. No pueden ser fieles servidores sólo de los sectores más poderosos de la ciudad. Una ciudad sana, segura, amable, buena para vivir – nos conviene a todos. Construirla requiere participación y compromiso. Exige autoridades que convoquen y mantengan espacios de participación inclusivos, permanentes.
Las ciudades más justas, más verdes y sustentables, no son precisamente las que, al estilo de Los Angeles, permiten un crecimiento urbano como si la tierra fuese infinita. Son las que construyen una visión colectiva de metas, planes de inversión y proyectos específicos que respondan a esa visión.
Tenemos la capacidad de ser innovadores en este sentido.
Así lo demuestra la propuesta para el nuevo Parque de la Aguada. Combina conocimientos ancestrales con experiencias actuales para producir una nueva modernidad. En vez de pavimentar, aquí se propone crear un parque, aprovechando la capacidad de la tierra de absorber las aguas lluvias. Entre sus muchos beneficios, mejorará drásticamente la calidad de vida para algunos de los sectores
que más se han esforzado por construir buenos barrios donde vivir.
Aprobar el Plan Regulador Metropolitano a través de un proceso prácticamente cerrado, dentro de una instancia como el CORE que pocos ciudadanos entienden y a la cual casi nadie que no sea de un partido político pueda acceder; argumentar razones “técnicas”, cerrándose a la profunda importancia política de este tipo de debate, es optar por un proceso trunco y desbalanceado.
Al no considerar todas las posibilidades y al no incorporar y trabajar en base a la voluntad de las comunidades y los barrios, seguiremos con un modelo injusto, y, por supuesto, sumamente insustentable, con altos costos para el futuro. Establecer una visión colectiva de ciudad y en base a eso, los procedimientos y las instancias de participación y gestión, esesencial para obtener resultados que sirvan a las generaciones de hoy y de mañana. Los procedimientos existen y se usan en medio mundo. Aquí en Chile también podemos.
* Lake Sagaris es escritora, periodista, urbanista y presidenta de la Corporación Ciudad Viva. Tiene 15 años de experiencia en temas ciudadanía/urbanismo.
por Lake Sagaris, Ciudad Viva
En nuestro medio, es muy común que los importantes debates para las ciudades no se den en buenas condiciones, con la participación de las personas afectadas. Ahora se habla de aprobar un plan regulador metropolitano que permite un crecimiento que, algunos argumentan, será dañino. Sus proponentes prometen que, al volver a considerar este tema, el Consejo Regional lo hará de forma eminentemente “técnica”. Aceptar que el debate se enmarca así es la peor de las mentiras.
El futuro de nuestra ciudad es una tema que nos atañe a todos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos mayores, élites y excluidos, inmigrantes e indígenas, ricos y pobres. O sea, es una decisión eminentemente política.
En una sociedad con una institucionalidad democrática más profunda sería tema de una extensa e intensa consulta y debate ciudadano, porque la ciudad es una zona donde batallan intereses muy diversos. Las ciudades exitosas son las que logran aprovechar esta diversidad, para cosechar las mejores propuestas y construir los consensos más amplios. Estos últimos son necesarios para que las ciudades funcionen en toda escala, desde sus grandes esquemas hasta sus más mínimos detalles, que dependen de la voluntad cotidiana de cada persona.
La expansión fomenta una ciudad centrada en el auto, en vez de en las personas. Son cada vez más las ciudades reconocidas por su buena gestión las que limitan o incluso cierran la posibilidad del crecimiento de baja densidad en sus alrededores -el conocido "sprawl"- como se propone con este nuevo Plan Regulador Metropolitano de Santiago. Ya conocemos los problemas del sprawl. Permitir el crecimiento de los suburbios de Santiago produce una congestión cada vez peor. ¡Son los automovilistas, o sea, los mismos responsables de esta congestión, los que más se quejan! Para las familias con sólo un auto o ninguno, este modelo provoca un aislamiento cada vez más costoso en términos de salud, empleo y calidad de vida.
Para las inmobiliarias, el negocio es comprar terrenos baratos, construir y cobrar utilidades, a menudo muy altas. Una estrategia para hacer esto, es obligar a otros a pagar los costos y los problemas. Así vemos a menudo proyectos feos, inconsultos y fuera de escala como la Universidad San Sebastián en el Barrio Bellavista. Unas pocas empresas ganan, mientras los compradores y los vecinos se quedan con los costos: el colapso de los espacios públicos, la pérdida de seguridad y calidad de vida, la destrucción del patrimonio, viviendas chicas que terminan en otros usos desafortunados, el desplazamiento de residentes y usuarios de menores ingresos.
La vivienda social se integra mejor en áreas céntricas y bien conectadas
Argumentar que la extensión de la ciudad es necesaria porque si no, la vivienda social “no se puede costear” es ridículo. La factibilidad de la vivienda social depende del modelo de inversión, de las políticas públicas e incentivos. Refleja los valores de la sociedad como un todo, y su expresión a través del actuar de las instancias de control y planificación. Es cosa de ver cómo se integra la vivienda social en proyectos de envergadura, en centros de ciudades tan diversas como Houten (Países Bajos), Montevideo, Bogotá, Saint Denis (Paris), Toronto y Barcelona, entre otras. Otra decisión política, no solo técnica. ¿Habrá espacio para la diversidad de familias en los centros de nuestras ciudades? ¿O seguiremos segregando y mandándolos a la periferia, donde cuesta mucho más surgir?
Nueva York, Copenhague, Seúl, las ciudades de Alemania, y muchas otras reciclan autopistas, casonas antiguas, edificios y complejos industriales para centros comunitarios, vivienda social y mixta, parques y bibliotecas, el deleite y la calidad de vida de la mayoría. Lo hacen, entre otros motivos, para mantener densidades medianas, cómodas para vivir, eficientes en el uso de energía y para sistemas sustentables de transporte. En Santiago se ha tratado de combinar caminata-bici-Metro-Transantiago – con mucho esfuerzo y hartos errores. Ese modelo de transporte, que sirve a todos con o sin autos, no es factible en ciudades extensas.
Las autoridades deben abrirse más y esconder menos
Argumentar que hay que destrozar áreas verdes para tener áreas verdes refleja una lógica inmobiliaria que impone sus intereses particulares a toda una ciudad. Está bien que las empresas tengan sus intereses. Pero las autoridades políticas tienen que jugar otro rol, crear otros equilibrios. No pueden ser fieles servidores sólo de los sectores más poderosos de la ciudad. Una ciudad sana, segura, amable, buena para vivir – nos conviene a todos. Construirla requiere participación y compromiso. Exige autoridades que convoquen y mantengan espacios de participación inclusivos, permanentes.
Las ciudades más justas, más verdes y sustentables, no son precisamente las que, al estilo de Los Angeles, permiten un crecimiento urbano como si la tierra fuese infinita. Son las que construyen una visión colectiva de metas, planes de inversión y proyectos específicos que respondan a esa visión.
Tenemos la capacidad de ser innovadores en este sentido.
Así lo demuestra la propuesta para el nuevo Parque de la Aguada. Combina conocimientos ancestrales con experiencias actuales para producir una nueva modernidad. En vez de pavimentar, aquí se propone crear un parque, aprovechando la capacidad de la tierra de absorber las aguas lluvias. Entre sus muchos beneficios, mejorará drásticamente la calidad de vida para algunos de los sectores
que más se han esforzado por construir buenos barrios donde vivir.
Aprobar el Plan Regulador Metropolitano a través de un proceso prácticamente cerrado, dentro de una instancia como el CORE que pocos ciudadanos entienden y a la cual casi nadie que no sea de un partido político pueda acceder; argumentar razones “técnicas”, cerrándose a la profunda importancia política de este tipo de debate, es optar por un proceso trunco y desbalanceado.
Al no considerar todas las posibilidades y al no incorporar y trabajar en base a la voluntad de las comunidades y los barrios, seguiremos con un modelo injusto, y, por supuesto, sumamente insustentable, con altos costos para el futuro. Establecer una visión colectiva de ciudad y en base a eso, los procedimientos y las instancias de participación y gestión, esesencial para obtener resultados que sirvan a las generaciones de hoy y de mañana. Los procedimientos existen y se usan en medio mundo. Aquí en Chile también podemos.
* Lake Sagaris es escritora, periodista, urbanista y presidenta de la Corporación Ciudad Viva. Tiene 15 años de experiencia en temas ciudadanía/urbanismo.
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